A los héroes de verdad, de cada
día.
A los que nunca morirán, ya sé,
de rabia.
A los inocentes que son
condenados injustamente.
A los seres queridos.
A los que tienen un sueño, un
deseo que no envejece, una carta por jugar en los últimos minutos.
A los dramaturgos del martes: constructores,
domadores de planetas, peregrinos de una fe inexplicable.
A Binetti por abrir las puertas
y compartirse.