Sobre héroes que
son súper
¡Ah siempre tuve algo con los super héroes!
Al principio fue con Superman, alquilábamos las películas en VHS y las
mirábamos una y otra vez y después ¡una vez más! al final las devolvíamos con la cinta finita y
gastada. Eran esas con Christopher Reeve, que si las engancho ahora en algún
zapping cambio rápido para que no se me arruine el recuerdo, hoy parecen
opacas, con efectos malos y un poco teñidas en retrospectiva de tragedia. Pero
en ese momento eran espectaculares. Escribo los verbos en plural porque las
miraba con mi reciente adquisición de hermano: Guillermo, que era fanático
declarado y eso fue de las primeras cosas que compartimos. Y fue tan bueno
tener algo que compartir, entre tantos desconocidos que ahora eran
familia… Él tenía un traje de Super, un enterito, bien sintético, se lo
ponía a la mañana y se lo sacaba para… no, no se lo sacaba ni cuando se iba a
dormir. Incluso en verano se lo dejaba puesto sin importarle el calor y todo lo
que tanta lycra le hacía transpirar. Supongo que al igual que él, a Super
tampoco le importaba si subían o bajaban los grados centígrados.
Y las de Batman también las vimos juntos, más modernas y oscuras las
películas, más cerca de la adolescencia, nosotros. Nos traían a Buenos Aires en
las vacaciones de invierno, cine más un combo con papas eran los grandes
atractivos y paradas obligadas de la ciudad. Es que en Tandil había sólo un
cine, el Alfa… Y al Alfa sólo llegaban películas a las cuales nos condenaban
los domingo a la tarde, en un largo continuado, entrábamos comiendo puflitos de
colores y salíamos de noche con invierno en la nariz cantando alguna canción de
la última película de Xuxa o llorando por la muerte de alguna mascota, en esas
películas siempre había un perro o un gato que se extraviaba de su dueños o iba
al cielo. Las de super héroes no llegaban. Entonces volvíamos de las
vacaciones al colegio con las primicias.
Y unos años antes en el Colegio, cuando sonaba el timbre de recreo,
salíamos corriendo en un grito de libertad del aula al patio… Nos reuníamos con
un grupo de compañeros debajo de las escaleras, en el garaje de los curas, ese
hueco oscuro y fuera de la vista de los maestros hacía las veces de guarida; el
guardapolvo gris totalmente desabrochado a excepción del primer botón, de capa;
y mi amiga Agustina y yo (únicas chicas aceptadas en este juego de varones) nos
convertíamos en la
Mujer Maravilla y Batichica. Empezaba el juego…
Después dejé de jugar, empecé a soñar.
Soñaba que volaba.
Soñaba que daba un pequeño salto y volaba. Un sueño de esos recurrentes.
Hoy no vuelo ni sueño que vuelo.
¡Hoy ensayo con superhéroes!